Santo Tomás de Villanueva

Tomás García Martínez - Universitario, Agustino, Arzobispo y Santo

Introducción (1486-1516)

Le llamaban "el divino Tomás". Fue un inmenso predicador, que nació en Fuenllana en el año 1486, según parece en la Casa Valdés, a camino entre Villanueva de los Infantes y Fuenllana, pero ya en término de Fuenllana, aunque la tradición popular afirma que el actual Convento de los Agustinos se asienta sobre la vivienda en que vio la luz Santo Tomás de Villanueva.
Fue bautizado en la antigua iglesia-castillo de Santa Catalina de Alejandría, y la pila bautismal, que aún se conserva, fue trasladada a una de las habitaciones del Convento de los Agustinos, y en este mismo edificio se encuentra también el Ayuntamiento, el museo municipal y la Iglesia.

Sus padres eran caritativos, de los que heredó su amor por los pobres: “Madre, le dijo Tomás, ya podéis dejar pan abundante en la panera; pues si no tenéis cuidado, pronto no habrá una sola gallina en el gallinero”. Tomás asimiló pronto sus enseñanzas y a menudo volvía a casa sin la merienda y sin el vestido recién estrenado.

Tomás era el primogénito de Alonso Tomás García y de Lucía Martínez Castellanos, ricos hacendados, vecinos de Infantes y tras él llegaron cinco hermanos más: Juan Tomás, que profesó en la orden agustina el 15 de Diciembre de 1528; García Castellanos, que fue el heredero; Alonso Tomás, que se dedicó a las labores del campo; Lucía, que murió joven y otra hermana de nombre desconocido.

Vivió sus primeros años en Villanueva de los Infantes, en la calle que lleva su nombre, y él mismo quiso que se le llamara Tomás de Villanueva.
A los quince años partió para Alcalá, donde Cisneros estaba dando forma a su universidad. En el colegio franciscano de San Diego estudia Filosofía. El 7 de agosto de 1508, ya bachiller, ingresa en el recién inaugurado colegio de San Ildefonso, núcleo de la universidad. En 1509 se licencia en Filosofía y se matricula en la facultad de Teología. En 1512 fue llamado a regentar la cátedra de filosofía, que mantuvo hasta febrero de 1516, en que, tras tres años largos de clase, llegó la graduación de sus alumnos.

La estancia en Alcalá dejó en Tomás una impronta indeleble. En aquel “plantel de pastores de almas y de teólogos” adquirió una sólida formación filosófica, asimiló las nuevas corrientes teológicas, cada día más alejadas de la escolástica decadente y más abiertas a la pastoral y a las enseñanzas de la Biblia y de los Santos Padres, y se familiarizó con tendencias espirituales que aspiraban a una vivencia más pura y menos formalista del cristianismo.

Pero Tomás procuró evitar todo exceso, conservando siempre un gran aprecio por la tradición medieval, representada por santo Tomás de Aquino. El Aquinate será su guía en los campos de la filosofía y teología, aunque tampoco desdeñará la compañía del platonismo cristiano. Desde el púlpito, la cátedra y el gobierno denunciará abusos y predicará la reforma, pero una reforma que respetaba la tradición y recelaba de las novedades, sobre las que veía planear la sombra de Lutero.

En el colegio dejó fama de varón santo y de profesor prestigioso. Gómez de Castro le menciona entre sus tres catedráticos más insignes
y recuerda que a él deben su formación filosófica hombres de la talla de Domingo de Soto y Hernando de Encinas. Por un apunte del libro
de recepciones consta que fue castigado dos veces por pernoctar fuera del colegio.

En la actualidad queda en pie en Villanueva de los Infantes su casa familiar, con un escudo en la esquina y una inscripción que recuerda su vida en este lugar:

EN ESTA CASA, SOLAR QUE FUE DE LOS GARCIA, FAMILIA DE INMEMORIAL ABOLENGO EN VILLANUEVA DE LOS INFANTES, VIVIO EL MAS ILUSTRE DESCENDIENTE DE LA MISMA Y MAS PRECLARO HIJO DE ESTE NOBLE PUEBLO: TOMAS GARCIA, DESPUES SANTO TOMAS DE VILLANUEVA, RELIGIOSO AGUSTINO Y ARZOBISPO DE VALENCIA. EJEMPLO DE RELIGIOSOS MODELO DE ARZOBISPOS,
PREDICADOR TEOLOGO, INFLUYENTE EN TRENTO, CONSEJERO DE REYES Y EMPERADORES, SU VIDA FUE UNA ENTREGA ABSOLUTA A LA MAS EXCELSA DE LAS VIRTUDES: LA CARIDAD. 1555 IV CENTENARIO DE SU MUERTE 1955.

Fraile Agustino (1516-1544)

En octubre de 1516, tras ocho años de permanencia en San Ildefonso, Tomás trueca Alcalá por Salamanca. La vieja universidad le ha ofrecido una cátedra de filosofía, pero no es la gloria académica lo que le lleva a la Ciudad de Tormes. Viaja guiado por la voz de Dios que le llama a la vida religiosa en el convento de San Agustín. El 21 de noviembre toma el hábito y el 25 del mismo mes del año siguiente emite su profesión religiosa. Un año más tarde, el 18 de diciembre de 1518, se ordena de sacerdote y el día de Navidad celebra su primera misa.

Al describir estos años de su vida, fray Miguel Salón, su biógrafo más autorizado, le atribuye “una oración muy continua […], mucha y muy atenta lectura de libros santos y devotos, particularmente de las obras del bienaventurado san Bernardo […]; un recogimiento y silencio muy grande […]; una grande resignación de su voluntad en la de sus superiores”. También subraya su austeridad, su caridad para con los enfermos, a quienes “daba de comer por su mano, les hacía la cama, les limpiaba, regalaba y servía cuanto podía”, y su laboriosidad: “jamás fue visto […] ocioso ni en conversación con otros frailes, sino siempre o en algún santo ejercicio de caridad o encerrado en su celda”.

Tomás era ya un hombre de 33 años, con una sólida preparación humana y académica. Estaba listo para servir a los demás. En 1518, antes de su ordenación sacerdotal, explica teología en su convento. En mayo de 1519, con apenas cinco meses de sacerdocio, se le encomienda el priorato de Salamanca, “cosa muy extraordinaria y nunca vista en nuestra orden” (Salón). Y al año siguiente inicia su carrera de predicador. Tres años habían bastado para desvelar su vocación. En adelante será siempre profesor, gobernante y predicador.

El primer oficio fue el más esporádico. Sólo lo ejerció de joven y cuando quedaba libre de tareas administrativas. En sus clases, a las que concurrían “muchos estudiantes de la Universidad”, explicaba al Maestro de las Sentencias a la luz de santo Tomás de Aquino, al cual “fue muy aficionado y devoto” (Salón).
Más energías dedicó al gobierno de su provincia, de la que fue provincial, visitador y definidor, amén de prior de los conventos de Salamanca, Burgos y Valladolid. Salón dirá que “no hubo en la provincia oficio ni cosa importante ni de confianza en ella que no pasase por sus manos”. Promovió la dignidad del culto, el espíritu de oración, la paz en la comunidad, la laboriosidad y las misiones del Nuevo Mundo, a las que en su segundo trienio envió 16 religiosos. Acertó a conjugar los diversos elementos que componen el ideal agustiniano de la vida religiosa: interioridad, vida común, estudio y
apostolado.

Tras la guerra de los comuneros (1519-20), que dejó graves secuelas en la provincia, le tocó juzgar al provincial. Al decir de algunos historiadores, habría actuado con excesivo rigor. En 1526 abogó por la división en dos de la provincia de Castilla. Pero cuando vio que la realidad no respondía a sus expectativas, no dudó en promover su reagrupación, que tuvo lugar en 1541.

La predicación sería su principal ocupación hasta el fin de sus días: al principio, por obediencia; luego, porque la creía “función propia del obispo”. Su éxito fue fulminante. Estaba todavía estrenando armas en Salamanca cuando su fama “corrió por toda la ciudad con tan grande admiración y espanto de todos, como si […] hubiera enviado nuestro Señor a predicar algún ángel del cielo” (Muñatones). Su santidad de vida, su doctrina y su libertad evangélica le granjearon la admiración de los auditorios más dispares. En el proceso de canonización se dijo que su palabra “quebrantaba los corazones y los rendía a la verdad del espíritu” y en confirmación del aserto se adujeron testimonios procedentes de sectores sociales y culturales muy
diversos.

Uno de sus admiradores más entusiastas fue Carlos V que decía de él: “Es verdadero siervo mandado de Dios” y "Este obispo conmueve hasta las piedras". Para Sáinz Rodríguez fue, con Fray Luis de Granada, el mayor predicador de la España de su tiempo.

Tomás fue un predicador lleno de espíritu, tan alejado de la vana retórica de quienes sólo aspiraban a halagar los oídos, como de quienes prescindían de las enseñanzas de la retórica para atenerse únicamente a la desnudez del Evangelio. Partía siempre de la Escritura –“quien no conoce a fondo las Escrituras no debe asumir el oficio de predicar”– y no concebía a un predicador sin “santidad de vida, humilde oración y un verdadero celo de la gloria de Dios y salud de las almas”. Pero estimaba también los consejos de los preceptistas y apreciaba el “hablar casto y propio” (Salón).

Obispo de Valencia (1544-1555)

Tomás fue obispo de Valencia por voluntad de Carlos V. Él habría deseado declinar el honor, como ya lo había hecho con la sede de Granada. Pero hubo de plegarse a la voluntad de su superior religioso: “mando a V.R que […] dentro de veinte horas acepte la provisión según y como su Majestad la tiene hecha”.

El 7 de diciembre de 1544 recibió la ordenación episcopal y el 1 de enero de 1545 ingresó en Valencia a lomos de una mula. Los once años de su episcopado vivirá “como arzobispo que no quería dejar de ser fraile” (Quevedo). A ejemplo de Agustín organizó su casa con sobriedad, sencillez y familiaridad. Él se veía como esposo, pastor y padre de sus fieles, a mil leguas del obispo renacentista, que a menudo era más un señor que un pastor.

Su puerta estaba abierta a todos sus fieles y tenía ordenado a sus familiares que no dudaran en interrumpir su oración o su estudio: “siendo obispo, no soy mío, sino de mis ovejas” (Salón).

El cabildo le ofreció 4.000 ducados para mejorar su ajuar. Pero él los destinó para reedificar el Hospital General que se acababa de quemar: “así todos tendremos parte y gozaremos de este dinero: los pobres albergándose, yo viéndolos socorridos, y el cabildo socorriéndolos” (Quevedo).

Encontró una diócesis en crisis, víctima del absentismo de sus pastores. Durante un siglo había sido feudo de los Borgia, que la habían administrado por medio de vicarios. Era, además, una iglesia compleja, con fuertes tensiones sociales –un tercio de la población (170.000 habs.) era morisca– y un clero abundante pero sumido en la ignorancia y, a menudo, también en el vicio.

Al mes de su llegada salió a visitar la diócesis. Su impresión fue negativa. El pueblo, aunque “entero en la fe, estaba roto en su vida”. Los moriscos seguían aferrados a sus costumbres. Gran parte del clero yacía en la ignorancia y la miseria; otros eran víctimas del juego y del lujo o vagaban por las calles, entrometidos en mil tráficos; y no faltaban quienes vivían en público concubinato. Tampoco el estado de los religiosos era halagüeño.

En el sínodo diocesano de 1548 urgió la residencia de los curas en sus parroquias, impuso el traje talar, reglamentó las cuestaciones, redujo a 50 el número de días festivos y dio un fuerte impulso a la catequesis, que luego llevaría a la publicación de catecismos y confesionales. Con ello no hizo más que aplicar a su diócesis el programa que dos años antes había trazado para el concilio de Trento: residencia de los pastores, prohibición de trasladar a los obispos de una diócesis a otra, concesión de los beneficios curados a los nativos, fortalecimiento de la potestad episcopal, selección de los candidatos al estado clerical y limitación de las inmunidades eclesiásticas.

El estado del clero hería las fibras más sensibles de su corazón: “muchas veces el sacerdote es el último del pueblo en la vida y en las costumbres”. Trata de remediar su pobreza e ignorancia, y combate el absentismo, los usos simoníacos, la avaricia. Otras veces sale por su honra, corre en su ayuda con limosnas y planes laborales, cierra la cárcel de la diócesis por indigna del estado sacerdotal. “No castigaba los delitos de los eclesiásticos tanto con las cárceles y grillos como con el ejemplo” (Quevedo). El 21 de noviembre de 1550, “en memoria de la fecha en que yo recibía el hábito […] en el monasterio de Salamanca”, fundó el Colegio de la Presentación. En él diez estudiantes pobres podrían prepararse al sacerdocio en un ambiente de estudio, recogimiento y piedad.

Las constituciones del sínodo tropezaron con la oposición frontal de los canónigos, que se parapetaban en costumbres y privilegios antiguos. Pero él, consciente de su bondad, se mantuvo firme y no tardó en quebrantar su resistencia: “¿que no consienten al sínodo y apelan al papa? Pues yo apelo al Dios del cielo” (Salón). Con la misma firmeza defendió la inmunidad eclesiástica contra injerencias de la autoridad civil. Al virrey que le conminaba el disgusto del emperador le respondió: “pesárame de desabrir a su majestad, pero advierto a V.E. (y enseñósela) que aún me acompaño de la llave de mi celda, y cada día el arzobispado me crece los deseos de retirarme a ella” (Quevedo).

Los pobres ocuparon sus mejores energías. A su casa “acudían centenares de necesitados, los propietarios, según él, de las rentas del arzobispado, de las que él era sólo tesorero. Al incalculable cuento de ducados que repartió a voleo y sin tasa a familias menesterosas y a doncellas casaderas, añadió él la recogida de niños expósitos y el sustento de sus nodrizas, la creación de un cuerpo de médicos y cirujanos que asistiesen a los miserables y la fundación de un seminario en que se educasen los futuros sacerdotes” (Tellechea Idígoras). En el lecho de muerte su principal preocupación fue
deshacerse de los 5.000 pesos que quedaban en las arcas del arzobispado: “dense prisa, que no quede un real, que no me esté en casa ese dinero”.

El amor a los pobres lo asimiló con la leche materna y luego lo nutrió con ideas de noble prosapia teológica. Para él nunca fueron simples conceptos ni el destino universal de los bienes de la tierra ni la función social de las riquezas ni, mucho menos, el derecho de los pobres a las rentas de su diócesis. Esas ideas le mueven a denunciar injusticias, a fustigar el lujo de los ricos y, sobre todo, a ser cauto en la administración y parsimonioso en los gastos. Sólo así podría ser generoso con los pobres. En su tiempo las rentas del arzobispado ascendieron de 18.000 a 30.000 ducados. La mitad los destinaba a socorrer a los pobres.

Enfermedad y muerte...

En Septiembre de 1555, sufrió una angina de pecho e inflamación de la garganta. Mandó repartir entre los pobres todo el dinero que había en su casa. Hizo que le celebrara la Misa en su habitación, y exclamó: "Que bueno es Nuestro Señor: a cambio de que lo amemos en la tierra, nos regala su cielo para siempre".  El 8 de septiembre de 1555, entregó su alma al Creador y murió cuando tenía 66 años, mientras el celebrante consumía el Santísimo y él recitaba el versillo in manus tuas, Domine, commendo spiritum meum del salmo 36.
Su cuerpo, enterrado en la iglesia agustiniana del Socorro, fue trasladado a la catedral de Valencia en 1658.

En 1572 aparecía la primera edición de sus sermones, precedida de una breve biografía. San Juan de Ribera incoó el proceso que condujo a su beatificación en 1618 y a su canonización en 1658. La piedad popular y el arte han asociado su nombre con la limosna a los necesitados. En 1661 el padre Ange Le Proust puso bajo su amparo la congregación hospitalaria de hermanas de Santo Tomás de Villanueva. En el siglo XX la familia agustiniana le ha declarado patrón de sus estudios.


Bibliografía:

Opera Omnia, Manila 1881-97, 6 vols; Obras de S. Tomás de V. Sermones de María y obras castellanas, Madrid 1952; M. SALÓN, Vida de S Tomás de V, Valencia 1588; V. CAPÁNAGA, Santo Tomás de V, Madrid 1942: B. RANO, “Notas críticas sobre los 57 primeros años de S Tomás de V”, en La Ciudad de Dios 171 (1958) 646-718; P. JOBIT, El obispo de los pobres, Ávila 1965; Arturo LLIN CHACER, Santo Tomás de Villanueva. Fidelidad evangélica y renovación eclesial, Madrid 1996; Javier CAMPOS, Santo Tomás de Villanueva, El Escorial 2001 (con fuentes y bibliografía); ESTUDIO TEOLÓGICO AGUSTINIANO, Santo Tomás de Villanueva. 450 años de su muerte, Madrid 2005.

Ángel MARTÍNEZ CUESTA, OAR

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Curiosidades

El pectoral, uno de los objetos más valiosos.-

Uno de los objetos más valiosos relacionados con el culto a Santo Tomás de Villanueva en Villanueva de los Infantes, era el pectoral que lucía la imagen en la procesión del día 8 de septiembre y durante su fiesta mayor el 18 del mismo mes, pues hasta 1968 no hubo procesión este día.
Esta valiosa pieza llevaba incrustadas numerosas piedras preciosas procedentes del aderezo de boda de la familia Melgarejo y Enseña, quien lo donó a la imagen en las últimas décadas del siglo XIX.

El pectoral se custodiaba durante todo el año en el asilo del Sagrado Corazón, institución fundada por Josefa Melgarejo y Melgarejo, esposa de Antonio Melgarejo y Enseña, y sólo lo lucía el santo el día de la procesión de la Virgen y su fiesta, como he señalado.
Tras la expulsión de las monjas del asilo en el verano de 1936, el pectoral fue trasladado a la casa de la familia Marín y Morales, en la calle Mayor de Villanueva de los Infantes, donde fue acogida una de las hermanas de esta institución, Sor Pilar. Allí permaneció oculto en el interior de un piano en una bolsita de terciopelo rojo junto a un collar de la Virgen.

Varios testimonios orales, testigos directos de su incautación, insisten en señalar que fueron varios individuos procedentes de Madrid los que viajaron a Villanueva de los Infantes en los últimos años de la guerra con el objetivo de requisar el pectoral. Es bastante probable que estas personas correspondan a la Primera Brigada Criminal de Madrid que requisó numerosas obras artísticas en Infantes en enero de 1938 para la Caja de Reparaciones, organismo dependiente del Ministerio de Hacienda, entre cuyos cometidos estaba la entrega de oro, alhajas y todo tipo de objetos artísticos, preferiblemente fundibles, para sufragar los gastos de la guerra.

El actual, de menor valor y que muestra la fotografía, fue donado por Josefa Fontes Barnuevo en 1945.

✍️Carlos Chaparro Contreras

El pectoral de Santo Tomás

Grupos de pobres vestidos por la Cofradía de Santo Tomás de Villanueva.-

Desde antiguo, según recogía su primitivo reglamento, la cofradía de Santo Tomás dotaba de un ajuar completo de ropas de vestir a varios pobres de la localidad, normalmente ocho personas, cuatro mujeres y cuatro hombres. Estas prendas eran realizadas por modistas y sastres de nuestro pueblo y se entregaban el día del santo limosnero emulando lo que escribió Quevedo en su epítome sobre la vida de nuestro patrón: “desnudo de vestidos y vestido por Dios por haber dado sus ropas a un pobre”.

Una fotografía publicada en un viejo periódico que conservo nos desvela que el ajuar consistía en un terno de paño o pana oscura y montera para los hombres, y blusa, saya y pañuelo para las mujeres. Los nombres de aquellas infelices personas que fueron vestidas hace más de 150 años nos hablan un poco de su vida y de las de muchas personas como ellos: impedidos, viudas, discapacitados, dependientes todos de una forma u otra: El tío Tomás, que vivía en el Hospitalico; Juan Pérez, “el cojo de la Irene”; Julián “Lelemente”, que vivía en Santo Domingo; la viuda de “El Muerte”; María, “la Josefica”; los santeros de San Antón, San Juan y San Sebastián; el ciego de “Alzaperra” y otros tantos...

✍️ Carlos Chaparro Contreras

Santo Tomás y los pobres
Santo Tomás de Villanueva
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